Mis padres siempre nos enseñaron a compartir. Creo que Dios siempre me regaló el don del servicio, pero lo descubrí de manera especial cuando tenía 16 años y fui a visitar a mi abuelo a Huancavelica.
Me gustaba salir a caminar y perderme en los pueblitos aledaños. En ese camino, solía ver niños que siempre pedían un pan para comer. Entonces volvía con panes y dulces y jugaba con ellos. Un día, ayudando a una abuelita a subir el cerro con su bolsa, la escuché hablando en quechua, luego ella se avergonzó y se disculpó en castellano, y le dije: “nunca debe avergonzarse de su lengua materna, son las enseñanzas de sus padres”. Me sonrió con ternura maternal y ese día, sentí que Dios me encomendó una gran misión: “Servir y ayudar al prójimo”.
Estudié mucho, conseguí un buen trabajo y con mi primer sueldo fui a cumplir mi promesa. En el 2016, mi padre me llevó al AA.HH. Torreblanca. Había juntado ropa, juguetes y víveres. Las caritas de felicidad de los niños fue lo que marcó el inicio de Yanapashun Wambracunata, una fundación, cuyo nombre en quechua significa “Ayudemos a los Niños”, y mediante la cual Dios me anima a servir al prójimo y ayudar al necesitado. Servir, no solo en lo material, sino también escuchando o regalando una palabra de aliento. Por el especial cariño que le tengo a la sierra del Perú, la misión principal de este proyecto es llevar amor y esperanza a pueblos alejados donde otros no llegan. Esta misión no ha sido fácil, pero Dios siempre me ha dado señales claras de lo que significa amar al prójimo. Me ha enseñado que compartir lo mucho o poco, cuando se comparte con amor, siempre se multiplica en el corazón de los demás.
Claudia Isabel Zegarra Del Castillo – Directora de la fundación Yanapashun Wambracunata